Gran Hermano; tele realidad y personas mayores

En este Observatorio de Mayores y medios nuestro trabajo debe pasar por seguir una directriz que nos lleve a ir ampliando el ámbito de los géneros televisivos sobre los que aplicar nuestra metodología de análisis. Hasta hoy no hemos trabajado con algunos géneros que ocupan una cantidad enorme de horas de emisión y arrastran a miles de espectadores. Sirva este como un primer acercamiento para comenzar a considerar cual es la realidad de la presencia de las personas mayores en un tipo de programas todavía inexplorados por nuestro grupo de analistas.

De entre todos los espacios televisivos llamados “de entretenimiento” que encontramos en las parrillas de programación, hay algunos que son líderes de audiencia, que mantienen ese liderazgo edición tras edición, y que ejercen un nivel de impacto verdaderamente considerable. Es indudable que llegan a formar parte de la vida cotidiana de la audiencia; intervienen en sus temas de conversación y participan en mayor o menor medida en sus relaciones sociales. Por eso creemos que son programas que crean pautas de comportamiento en sus espectadores.
Estos televidentes, participando del show con sus votos, crean dioses o monstruos; el programa les exige un posicionamiento en cuanto a que deben otorgar la aprobación o el repudio del comportamiento de los concursantes. Esta decisión se mueve condicionada de acuerdo con sus ideologías, de todo tipo, y sus formas de entender la vida. Y es incuestionable que el tipo de imágenes creadas para cada concursante, que terminan siendo aquellas que la productora decide mostrar tras montarlas, tienen un peso esencial en nuestra percepción del programa. Por decirlo de otra forma, el personaje aparece ante nuestros ojos tal y como la productora quiere, ya que ejerce sobre él un filtro que existe en todo montaje de una realidad.

Operación Triunfo, Gran Hermano, Mira quien Baila, Supervivientes, Pekín Express... son los programas de este género que han conseguido mayores cotas de audiencia. Estos programas comparten bastantes similitudes en su formato: todos responden a las reglas de los denominados “Concursos Reality”.
Gran Hermano ha ofrecido su décima temporada. Yo, que he seguido el programa desde su inicio, juro que cada vez que arrancaba una nueva temporada pensaba que esta vez ya no iba a funcionar; que el producto se agotaría porque el espectador dejaría de entregarle sus favores.
Me equivocaba. Cada una de sus ediciones, exceptuando la presentada por Pepe Navarro, ha logrado ser líder de audiencia manteniendo o ampliando su “Share”.

En Gran Hermano 10, por primera vez, uno de sus concursantes ha sido una persona mayor. Mirentxu, con 70 años, ha participado en el concurso, y ha convivido compitiendo contra 15 personas más jóvenes que ella y que estaban más cerca de la adolescencia que de la madurez.



El formato del programa se sustenta sobre la captación en imágenes de esa “convivencia” competitiva las 24 horas del día. De todas esas imágenes, la productora selecciona para mostrar al público aquellos momentos que entienden más significativos en aras del desarrollo del concurso y que evidentemente, buscando conseguir una mayor audiencia, suelen ser las que exhiben algún tipo de confrontaciones entre los concursantes. Al visionar esta selección de imágenes “manipulada” el espectador se posiciona apoyando o condenando el comportamiento de los que intervinieron en los conflictos.

Con ese montaje de imágenes es innegable que se crea un rol concreto y sesgado de cada concursante. Es cierto que la productora no emite nada que no forme parte de la realidad diaria de esa convivencia, pero también es cierto que la realidad ofrecida no es completa y que por lo tanto también se aleja de ser “La Verdad”. Es ahí donde radica una manipulación evidente que Gran Hermano no quiere asumir cuando defiende lo que sin lugar a dudas es su producto/negocio televisivo.
Dejémonos de tonterías sobre las 24 horas a través de Internet; el gran público lo que sigue mayoritariamente (lo que permite que el programa sea rentable y se perpetúe) son las galas y algún resumen diario. La operación se completa con otros programas satélites; los debates o coloquios que se articulan en otros espacios de la misma cadena y abundan sobre el producto potenciando/desarrollando todas esas polémicas con una gran vehemencia y bárbaras salidas de tono.

La imagen que nos ha ofrecido el programa de Mirentxu merece una cierta reflexión por lo curioso del caso.

Mirentxu ha sido mostrada como una señora mayor que se cuida. Mirentxu come de una forma equilibrada, su vestuario y maquillaje son los de una coqueta, hace gala de ser currante, responsable y sociable. Su edad, es decir, su pasaporte al concurso, ha estado presente y ha condicionado su actuación en todo momento. Esa edad ha sido asumida como motor para la existencia de un conflicto; el que podía estallar al enfrentarla con las edades de los otros. Sin embargo Mirentxu encontró su lugar y aportó beneficios para la convivencia.
Mirentxu ha cocinado, ha organizado la intendencia de la casa.

Ha sido el“aya” de ese hogar, la vigilante del orden y la conciencia del respeto a cada individualidad.
Ha sido abuela protectora a ultranza de algunos habitantes de la casa. Emisora de cariño y apoyo para los más necesitados de afecto. Ha repartido besos y abrazos ofrecidos desde el corazón.
Se ha enfrentado a l desorden y a los que suponían una traba para su labor hacia la creación de un remanso de armonía.



Divertida y participativa, la hemos visto borracha, bailando y riendo con los demás durante las fiestas.
Organizó el inicio de la convivencia en el caos lógico del comienzo del concurso. Aportó su experiencia para organizar una casa atendiendo a todo lo que vivir en grupo con desconocidos implica.
Ofreció a los concursantes que tenían dificultades para adaptarse a la situación su lado de abuela mayor o madre simbólica.
Reclamó su espacio y su tiempo. Su necesidad de dormir por las noches y su exigencia de respeto hacia ello fueron sus batallas, que de nuevo estaban cimentadas sobre su diferencia de edad.



Roncó como una mula creando burlas entre los concursantes y los espectadores.
Se tragó una mosca.



Se meó encima de risa; lo convirtió en una anécdota justificada por su edad. Se cayó al suelo borracha hasta las trankas y se disculpó aludiendo a que había bebido algo de whisky para hacer subir su tensión, descompensada por su edad.
Repartió más cantidad de comida entre sus protegidos que entre los otros.
Ha cotilleado, criticado y vendido a sus rivales de la forma más activa y retorcida que ha sabido, mostrando así una total adaptación al funcionamiento del concurso. Pero lo hizo sin reconocer su utilización de las malas artes, ocultándose y tratando de engañar a los demás tras ese rol de abuelita mayor y entrañable incapaz de hacer daño a nadie. Su estrategia para ganar se escondía también tras su edad.

Porque como todos los otros, Mirentxu ha exhibido una estrategia para ganar vendiendo su bondad e inocencia, aunque por detrás no dudaba en manipular y mentir con el fin de llegar lo más lejos posible.

Pero Mirentxu no dimensionó bien su plan; eligió sus apoyos entre las personas que apostaron por ser neutrales ante los conflictos que iban surgiendo; y como líder de los que siguieron esa línea fué la primera que cayó ante el juicio del público. Sus acólitos no tardaron en seguirla al exterior de la casa.
En esta ocasión, el público soberano de Gran Hermano exigió posicionamiento. Pidió que se mojaran y no lo hicieron; así que por esa neutralidad decidieron echarlos a la calle.


Y ya fuera del concurso, otra parte esencial del formato, Mirentxu siguió perdiendo los papeles; desconcertada por el resultado y por lo que se había mostrado de ella en el exterior, se dedicó a magnificar y mentir sobre algunas de las peripecias vividas.



Le traicionó su falta de medida ante unos medios que no dominaba tanto como los otros concursantes, jóvenes teleadictos conocedores al milímetro del programa, y se metió en jardines de los que no supo salir. Mirentxu desveló para la audiencia una imagen muy lejana de la que había exhibido dentro de la casa que se entendió como la verdadera, como la que estuvo oculta en la casa tras la máscara de su estrategia. Y al final ganó su archienemigo Iván; el público le dió la razon y abofeteó a Mirentxu, que de nuevo volvió a extraviar los papeles y mostró su no saber perder.



Mirentxu creo que ha sido tratada por el programa con honestidad; Gran Hermano hizo algunos chistes cutres cimentados sobre su edad, pero en conjunto, el desarrollo que hizo el programa sobre la imagen de esa persona mayor, no fué negativo.


A pesar de ello, Mirentxu ha quedado para el espectador como una figura oscura; la culpa ha sido de su falta de medida sobre el funcionamiento y las reglas que tienen hoy en día los medios y las audiencias. No consiguió llegar a entender que aunque parezca que en estos programas todo vale, no es así, y que el público se desentiende y te abofetea cuando quiere. Y que era muy peligroso, sobre todo para su integridad moral, ponerse a exhibir actitudes radicales, incoherentes y poco humanas.

Mirentxu fué machacada públicamente incluso hasta por la presentadora que no dudó en cebarse con su inexperiencia; tuvo que pagar una factura muy vergonzosa y dolorosa por cometer el error de no haber sabido dimensionar el alcance de lo que creía un simple juego.



Una factura que, afortunadamente por las características del programa, existe tan solo el tiempo que dura la temporada, desapareciendo totalmente de la memoria del espectador. Hoy ninguno se acuerda ya de Mirentxu, del nombre de aquella persona.
Sin embargo, el icono, el rol que Mirentxu representó si ha dejado su poso. Ha fijado la imagen de “vieja enloquecida” que representó. Ha vuelto a perpetuar una idea negativa en el gran público.
Y por último, para Mirentxu, esa factura que generó al participar en Gran Hermano quizás no expire jamás y siempre tenga que arrastrar un peso que le afecte tanto a sus vivencias personales como a su integridad humana y moral. Es el precio.

Felizaminelli


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